El sueño en la infancia, sus manifestaciones y los trastornos asociados al acto de dormir suelen ser motivo de consulta y de preocupación para madres y padres. Desde el momento del nacimiento y a lo largo de los primeros años de vida, la relación del niño con el dormir está en un proceso de constante transformación y el niño va adquiriendo progresivamente la función de “dormir toda la noche” que tanto preocupa a sus padres. A dormir se aprende. La gran pregunta es, entonces, cómo pueden los adultos favorecer el aprendizaje del sueño en la infancia.
El aprendizaje del acto de dormir lleva mucho tiempo y se va modificando a lo largo de toda la vida de las personas. El acto de dormir muchas veces se ve afectado por cuestiones que el niño está atravesando en un momento determinado (mudanzas, duelos, el nacimiento de un hermano) u otros procesos propios de su desarrollo; por ejemplo, en ocasiones es habitual que el niño modifique sus hábitos del sueño ante ciertos hitos del desarrollo motriz.
En este sentido, la incorporación de algunos hábitos saludables de sueño puede favorecer el aprendizaje del dormir en la infancia.
El momento previo al sueño es ideal para generar en el niño hábitos en los cuales pueda tener alguna experiencia vincular placentera con la madre, el padre o el responsable de sus cuidados. La experiencia más clásica y conocida es la de la lectura de cuentos, que por lo general el niño no sólo disfruta, sino que además tiende a pedir que se repita todas las noches.
El adulto puede aprovechar el momento en que el niño está relajado y recostado en la tranquilidad de la noche para dialogar, relatarle historias propias, conversar sobre pensamientos y expectativas para el día siguiente. La experiencia placentera previa al acto de dormir genera un estado de relajación mayor que garantiza que el sueño sea más prolongado y efectivo en su función de descanso.
Si bien en la actualidad es habitual que los niños miren la televisión antes de acostarse, suele no ser beneficioso acostarse en un estado de excitación elevado o quedarse dormido frente a la pantalla. Es recomendable que el niño se duerma en la cama en la cual descansará toda la noche y que idealmente emprenda el acto de dormir, habiendo culminado unos minutos antes todas las actividades que estaba haciendo (entre ellas, la exposición a la pantalla).
Freud, el padre del psicoanálisis, cuando trabajaba en la interpretación de los sueños enseñaba que el sueño es el guardián del dormir. Según Freud, soñamos para no despertarnos. Por ejemplo, es habitual que soñemos que tenemos sed y que estamos tomando agua, y ese sueño es una respuesta que utilizamos para cancelar el estímulo de la sed, lo que prolonga el estado del dormir y nos protege de despertarnos.
Una buena propuesta para madres y padres es que empiecen a jugar con sus hijos desde muy pequeños a introducir la función del soñar antes y después de dormir. No solo desear a sus hijos dulces sueños, sino también preguntarles si les gusta soñar, qué les gusta soñar o qué les gustaría soñar cada noche. Todas las mañanas pueden preguntarles si soñaron y conversar al respecto ya que, aunque los niños no siempre recuerdan sus sueños, irán aprendiendo sobre la importancia de dicha función. Introducir el hábito de la conexión con el sueño puede favorecer al desarrollo de esta formación del inconsciente, tan valiosa para la prevención de los trastornos en el dormir.
*Florencia Casabella es pscioanalista y emprendedora.