Al desarrollar la tarea de coordinar los grupos de orientación a padres de jóvenes en tratamiento contra adicciones, se observó que en un porcentaje para nada desdeñable, muchos de ellos aceptaban continuar durmiendo con sus hijos, incluso hasta en el caso de aquellos jóvenes que eran mayores de edad, alegando varias razones: enfermedades, fobias o la necesidad de otros «cuidados especiales», requeridos tanto por sus hijos como por ellos mismos.
Fantasía de vulnerabilidad
Al intentar reflexionar acerca de esta conducta, la mayoría coincidió en concebir a sus hijos como «débiles», incapaces de afrontar las diversas vicisitudes que le deparaba el desarrollo particular de sus vidas; al mismo tiempo intentaron justificar ese proceder con la mención de supuestos episodios traumáticos de la propia historia familiar, tales como enfermedades de la niñez, separaciones y accidentes, entre otros. A este escenario se lo llama “fantasía de vulnerabilidad de los hijos”, observación que se irá completando con otras conjeturas.
El manejo de las situaciones desde la posición de ser víctima
En contraste a esta supuesta vulnerabilidad, aparece el enorme sometimiento que frente a las extorsiones por parte de sus hijos, dicen sufrir los mismos padres, a los que ven como seres que reclaman imperativamente que «les cumplan» con sus demandas.
Ante las amenazas de sus hijos, en muchos casos dicen sentirse intimidados, por temor a que vayan a drogarse o a delinquir si no satisficieran pedidos tales como darles dinero, comprarles indumentaria deportiva y otros reclamados chocantes, dadas las circunstancias concretas de vida (limitaciones económicas).
Frente a la demanda, vivenciada como una verdadera amenaza, los padres llegan hasta involucrarse en deudas no queridas para «satisfacer» las “manipulaciones” de sus hijos. Este es otro dato para esclarecer su importancia, la supuesta víctima convertida en victimario al imponer condiciones en las que, quien debiera ser “fuerte”, muestra su debilidad y se siente conminado a ceder.
Apego vincular que distorsiona los límites entre unos y otros
Cuando se confronta a los progenitores con este contradictorio sometimiento a las demandas de sus “débiles hijos” terminan por reconocer que sostienen esta modalidad vincular, “para que sus hijos no sufran”, “para hacerlos sentir bien” ya que su malestar es también el malestar de ellos. Añaden que “sienten” que sus hijos son «todo”, “la luz de su ojos», y que «se morirían» si a ellos les pasara algún percance y se angustian ante la posibilidad de que el hijo “no haga el tratamiento”
Vínculos Adictivos que oscilan entre el Todo y la Nada
Lo llamativo es que, al trabajar este mismo aspecto con lo propios adolescentes en tratamiento por adicciones, ellos también reconocen en sentido simétrico que «todo» lo hacen por sus familias, especialmente por sus madres. También los adolescentes «se morirían» si a ellas les llegara a suceder «algo». Esta curiosa coincidencia en ambos grupos (progenitores/hijos) parece indicar la formación de vínculos blindados entre los involucrados, como si la vida de uno fuera vital (concretamente) para la vida del otro, el uno sin el otro dicen no poder vivir. Es posible señalar que esta circunstancia tampoco sea una mera casualidad en las problemáticas adictivas, lo que lleva a las consideraciones que siguen.
La fantasía del blindaje salvador
Se constata una notable falta de distinción de límites subjetivos entre ambos integrantes de la díada (padres/hijos). Podría decirse entre el Yo y el no yo, de cada polo. Parece tratarse de una sólida amalgama de dos personas singulares que devienen en conformar una sola, fenómeno que, se subraya, no se da solamente en el individuo que padece la adicción sino que incluye al progenitor. El consumo adictivo es explícito en la conducta de uno de sus integrantes, la coraza protectora que es esa díada dependiente se manifiesta en los fenómenos que se exponen, es una formación conjunta.
Tanto amor, el morirse por el otro, el ser todo para el otro, el hacer todo por el otro, expresiones más o menos textuales, lejos de ser declaraciones tiernas y románticas, son el enunciado de uno de los escollos importantes que se interponen en el desarrollo de los proyectos del individuo, en su personalización saludable; por ello es necesario advertirlo y tratarlo a tiempo.
En la problemática adictiva, alguna circunstancia tapona entre ambos vinculados (progenitor e hijo) el esperable desarrollo, porque lo que debiera ser una díada parte de un sistema más amplio se constituye en una suerte de “totalidad” sui generis, que más que facilitar la apertura y la integración al mundo pareciera cerrarse en sí, de manera que las tensiones generadas en el propio vivir pudieran fantasiosamente ser satisfechas por los propios integrantes de la díada en su interioridad, sin generar eventos en el afuera.
El consumo de drogas aparece posteriormente ligado a este estilo vincular. La sustancia es una «otra» figura totalizadora (que completa) en la que se pueden los drogodependientes fantasear con depositar “todos” los afectos y obtener “siempre” gratificaciones. Tal como lo hacían los padres en la perdida niñez. No se adquiere una personalidad creativa, autónoma, “adulta”, con la droga se logra mantener la ilusión del blindaje salvador
Pacto Mortal; dependencia a cambio de responder
La comodidad que le brindaría el no hacerse cargo de su vida, tampoco resulta ser demasiado gratuita, porque es parte de este pacto mortal de convivir junto al otro.
En general los jóvenes captados por esta modalidad vincular, se desentienden de su vida. Sin embargo presentan, en general de forma desmedida, la intención de «resolver» como propios aquellos aspectos transgeneracionales aún no resueltos por su contexto familiar. Este intento de ubicarse como el “héroe” de esta historia, les genera no pocas frustraciones. Tal frustración repercute con altos costos en su autoestima, porque de esa sensación deviene la impotencia y la debilidad en la construcción de su identidad.
Dependencia vs autonomía
Así como entre otras virtudes las habilidades laborales y las posibilidades de sostener un empleo revelan rasgos de autonomía y desarrollo del sujeto. Por eso no debería sorprendernos que en un grupo de 55 drogodependientes de entre 17 y 34 años, ninguno de ellos haya sostenido una responsabilidad laboral durante más de 4 meses, en promedio. Todos terminaron presentando marcadas dificultades en autogestionar sus propios gastos, respetar los límites impartidos desde el trabajo y a las figuras con autoridad, motivo por el cuál muchos terminaron desertando.
Gratificación vs Proyectos
Suele aparecer en ellos como un valor en sí mismo, se presenta como el camino más corto (”Es corta la bocha”), el mismo que tenían en la relación con sus padres, lo tienen con la “junta”, y con la droga. «No importa lo que quiero, pero lo quiero ya». En este acotado recorrido entre la demanda y la gratificación no hay recorrido alguno ni tampoco un proyecto. Tampoco aparece la idea de un proceso.
El consumo de drogas y la fantasía de éxito y poder sin esfuerzos.
A diferencia de la posibilidad de internalizar un proyecto, la sensación que da la droga no requiere camino alguno: es inmediata. Esa misma lógica que tiene el drogodependiente en el vínculo demandante con su entorno cercano. Se constituye su identidad a partir de fantasear que los demás son meros dadores, depositan expectativas de respuesta instantánea, lo que los lleva a una pérdida paulatina de su capacidad de gestar recursos propios para vivir, es decir conlleva un empobrecimiento del Yo, ya que le endilga toda responsabilidad al entorno.
Drogodependencia y la pobreza del ser
Esta forma particular de vincularse guarda las mismas lógicas que la voracidad que se observa en los consumidores de droga, al rechazar todo lo que no tiene satisfacción inmediata. Esa pérdida “del proceso” para conseguir un objetivo, limita el desarrollo personal: es la desaparición del Yo en la constelación familiar…es esa, la desaparición del ser que se oculta detrás de la adicción…es un suicidio de la propia subjetividad.