Expertos coinciden en que el aprendizaje de la lectura, un fenómeno muy reciente como para haber influido en la evolución genética, tiene un impacto importante sobre el cerebro, que se adapta y utiliza, con independencia de la edad de alfabetización.
«No hay un sistema cerebral innato especializado en la lectura, tenemos que hacer bricolaje, utilizar sistemas que ya existen», explicó Laurent Cohen, investigador del Instituto Nacional de la Salud y de la Investigación Médica de Francia (INSERM) y uno de los responsables del estudio publicado en la revista Science, conjuntamente con Stanislas Dehaene.
Los investigadores, que realizaron su trabajo en Portugal y Brasil (países en los que hasta hace unas décadas era “relativamente frecuente” que los niños no fueran escolarizados) lograron medir mediante una Imagen por Resonancia Magnética (IRM) la actividad cerebral de 63 adultos con diferentes índices de alfabetización: 10 que no sabían leer, 22 personas que aprendieron en edad adulta y 31 personas escolarizadas desde la infancia. Los voluntarios fueron sometidos a diferentes estímulos como frases orales y escritas, palabras y rostros.
Los expertos constataron que el impacto de la alfabetización sobre el cerebro «era mayor que lo que estudios precedentes daban a entender» y concernía tanto a las áreas visuales del cerebro como aquellas utilizadas para hablar.
«El aprendizaje de la lectura activa el sistema visual en las regiones especializadas en la forma escrita de las letras, lo que es normal, pero también en las regiones visuales primarias, aquellas adonde llega toda la información visual», precisó Cohen.
Así, en la gente que aprende a leer las respuestas aumentan también en las regiones primitivas «cuando presentamos tableros horizontales, puesto que nuestra lectura es horizontal, y no cuando presentamos tableros verticales», según el investigador.
El cerebro recurre también a las zonas especializadas en la lengua escrita, puesto que la lectura «activa el sistema del habla» para tomar conciencia de los sonidos y permite «establecer relaciones entre el sistema visual y el sistema del habla, las letras escritas y los sonidos», subrayó Cohen.
El aprendizaje de la lectura, incluso en la edad adulta, provoca en el cerebro una redistribución de una parte de sus recursos. De esta manera, el reconocimiento visual de los objetos y las caras cede parcialmente terreno a medida que aprendemos a leer y se desplaza «parcialmente hacia el hemisferio derecho». Pero aún se desconoce si tiene una consecuencia negativa sobre la capacidad de reconocimiento de los rostros.
Los investigadores también constataron que la alfabetización a edad adulta tiene el mismo impacto en el cerebro que el aprendizaje durante la infancia. En los adultos que aprenden a leer, «los cambios que esto provoca son casi los mismos» que en los que se alfabetizaron en la infancia, aunque aquellos no obtienen tan buenos resultados por la falta de entrenamiento, concluyó Cohen.