Delincuencia en la niñez: el consumo que nos consume

Un 60% de los hogares se encuentran en situación de vulnerabilidad. Los chicos que los habitan poseen niveles deficientes de alimentación, educación y acceso a la salud. A su vez, el acompañamiento de los padres es escaso. Este panorama devela que las instituciones formadoras están deterioradas, en una época donde el concepto de “tener” parece ser el más importante. Pero aún así, el niño que roba suele ser el estigmatizado.

Como parte del estado estamos conmocionados al enterarnos de que un niño de 9 años estuvo protagonizando hechos delictivos en reiteradas ocasiones en la ciudad de la Plata

Ante este episodio tanto funcionarios como legisladores, referentes de nuestra sociedad, reflotan discusiones tales como la reducción de edad de  imputabilidad de menores, y en la misma línea se habla hasta de “pena de muerte”.

 

En síntesis, el eje temático está orientado de cómo “nosotros” podríamos defendernos de “ellos”: “Los delincuentes” y resolver así la “inseguridad”. Ahora si dejamos de lado este “versus” como si se tratara de un Boca – River, y extendemos la mirada hacia aquellos aspectos que inciden en la delincuencia de un niño; podríamos preguntarnos: ¿Por qué este niño debería dejar de robar? ¿Qué otras habilidades sociales aprendió para adaptarse a la sociedad? ¿Qué recursos socializadores encontró en su desarrollo para formarse como un ciudadano?.

 

Frente a estos interrogantes; podríamos afirmar que la delincuencia en estos casos, aparece como un proyecto del no – proyecto, como consecuencia de una respuesta primitiva de un sujeto en formación, que sin facultades propias para producir recursos vinculados a sus necesidades, intenta estar afín a la cultura del “tener” en desmedro de la cultura del “deber” y de la “producción”. El delito en estos casos surge como un intercambio anómalo, con una sociedad que también comparte los mismos valores, y que también propone al “consumo” como un valor en sí mismo, sosteniendo una moralina en virtud del -poder adquisitivo-.

 

En estos jovencitos, hacen del “tener” un culto, en el que se sostiene una falsa identidad, cuya moral y autoestima fluctúa tanto como los vaivenes de sus ganancias y pérdidas, generándose también una falsa confianza de sí mismo, que sólo admite ser nutrida a partir de la adquisición de objetos genuinamente ganados o en su defecto, robados.

 

Hace ya alrededor de un año, se publicaron estadísticas, que refieren que “hay un 60% de hogares en situación de vulnerabilidad”, en todo el arco social de nuestro país. En ésta se tomaron como variables de evaluación: la educación, la alimentación, el acompañamiento de los padres, el nivel económico, el nivel cultural y la cobertura médica. Todas ellas con porcentajes altamente significativos.

 

Lo que desenmascararía esta estadística, sería una profunda crisis de las instituciones formadoras de sujetos, como la familia, responsable de la socialización primaria y de las escuelas, hospitales, clubes, iglesias, sociedades de fomento, etc. responsables de la socialización secundaria.

 

Esta crisis institucional tiene un fuerte impacto en el desarrollo subjetivo de las personalidades que se van gestando en los niños de nuestra población; el proceso de socialización proveedor de recursos cognitivos, sociales, intelectuales y culturales se encuentra deteriorado y lo que debería ser el generador de los recursos sociales para que un sujeto logre crecer sanamente, y para tornar a una sociedad potencialmente desarrollada y previsible, está malogrado.

Por el lado del niño/a, esta vulnerabilidad de sus entornos sociales constitutivos, podrían conllevar aparejados trastornos generalizados de desarrollo, que van desde retrasos madurativos hasta severas perturbaciones en la gestación de su personalidad,  y como consecuencia un pronóstico reservado para la ulterior calidad de vida.

 

Paradójicamente, tanto funcionarios como legisladores y jueces; responsables directos de responder esta situación institucional, en vez de aplicar las leyes actualmente vigentes, que nos previenen de este flagelo, proponen condenar al niño/a, con la baja edad de imputabilidad, y hasta hablan de la pena de muerte como mecanismos de contención social, al mismo tiempo que promueven políticas garantistas.

 

Sin embargo parecería que así trataran de expiar sus responsabilidades, negando sus implicancias del caso, “ocultando” las evidencias de políticas sociales negligentes, haciéndolos desaparecer de la vista. Y en consecuencia llevándolos a la cárcel, a la que estos condenados generalmente llaman “tumba”.

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