El cuerpo es como una máquina que posee complejos mecanismos de adaptación a circunstancias cambiantes. Un ejemplo es el sudor, que además de su función excretora, interviene en la regulación de la temperatura corporal. Sin embargo, no es infalible: una brusca o prolongada modificación externa puede sobreexigir al organismo y trastocar sus procesos de autorregulación. Así sucede con los conocidos golpes de calor.
Su nombre aparentemente poco “científico” parecería indicar un problema de poca gravedad, pero no lo es. De hecho, no prestar atención a los síntomas de un golpe de calor y continuar realizando una actividad ante una situación de calor extremo puede desembocar en la muerte. Con el fin de mantener la temperatura en un nivel normal, en equilibrio, el organismo cuenta con distintas herramientas. Una es desviar el flujo de sangre hacia la superficie, otra es aumentar la sudoración.
Sin embargo, cuando la temperatura ambiente es excesivamente alta, se está haciendo actividad intensa durante un tiempo prolongado o en un lugar cerrado, el cuerpo se enfrenta a mayores obstáculos y necesita refrigerarse a un paso más rápido, que a veces le resulta imposible. Si además hay humedad, el sudor tarda en evaporarse, lo que eleva aún más la temperatura del cuerpo.
Empiezan entonces a aparecer distintos síntomas: alta temperatura corporal, dolor de cabeza, aceleración del pulso, mareos o náuseas. Ante estas señales, es fundamental actuar con rapidez: si se está al aire libre, es necesario trasladar a la persona a un lugar fresco y con sombra, abanicarla, darle líquido para beber (salvo que haya perdido el conocimiento o esté vomitando), preferentemente agua o bebidas deportivas (nunca bebidas con alcohol o cafeína), y bajar la temperatura corporal con toallas húmedas o con agua fresca.
En un cuadro más grave, la temperatura puede llegar a los 40º y la persona puede sentirse confundida, desmayarse, perder el conocimiento y entrar en un estado de coma. Es en estos casos, cuando las medidas básicas de asistencia no son suficientes, debe llamarse a la ambulancia y pedir instrucciones sobre cómo actuar hasta que llegue la ayuda profesional.
Los golpes de calor no son simplemente un problema del momento, cuyos efectos desaparecen al día siguiente. Cuando se ponen en marcha los mecanismos de refrigeración del cuerpo y son llevados al extremo, se ve afectado el funcionamiento de otros órganos. La sangre que debía circular por el hígado, los riñones y los intestinos, por ejemplo, se dirige a la superficie para reducir la temperatura.
Saber cuál fue el alcance del evento puede demorar meses. Por ello, antes de reanudar una actividad o un deporte, es fundamental consultar al médico. Si bien no existen pruebas o estudios que indiquen con precisión el período de reposo adecuado, el profesional podrá evaluar la situación particular del paciente y decidir si aún hace falta esperar para volver al ruedo.
Prevenir los golpes de calor no es complicado. Los días de mucha temperatura hay que tratar de mantenerse a la sombra, evitar hacer ejercicio extenuante, hidratarse en forma constante, más si está realizándose actividad física y aunque no se tenga sed, y usar ropa clara y holgada.
Si uno, de todas formas, decide ponerse en movimiento, debe estar atento a la aparición de síntomas e interrumpir la actividad de inmediato, para poder refrigerarse e hidratar el cuerpo.
Quienes tienen un mayor riesgo de sufrir un golpe de calor son los bebés y niños, los ancianos, las personas diabéticas y los obesos. Por ello, en estos casos de mayor vulnerabilidad, deben reforzarse las medidas de prevención.
La primavera ya nos ha dado anticipos del verano que vendrá. Recordar los simples pasos de cuidado y protegerse del calor permitirán disfrutar más de la actividad física y de los días al aire libre.