Niñez, adolescencia y drogas: crisis en el desarrollo de la personalidad

En el país nace cada cinco minutos un bebé de una madre adolescente y la mitad de los casos surge de un embarazo no deseado. Esos chicos deben sobreponerse al no deseo de su existencia y en muchas ocasiones a un entorno de crianza precario y violento. No sorprende que muchos de ellos “elegirán” drogarse antes de que enfrentar su realidad.

El año pasado salió publicada en los medios una estadística del Ministerio de Salud,  anunciando que en nuestro país nace cada cinco minutos un bebé de una madre adolescente y la mitad de esos nacimientos surgen de embarazos no deseados.

 

Si se comenzara a hacer una proyección acerca de las condiciones de vida y crianza de esos pequeños, se presumiría que la mayoría de estos casos estarían signados por la inexperiencia de sus progenitores, que sin alcanzar su madurez afectiva, se encuentran ya con la asunción la paternidad.

 

En este sentido, la vida de ese niño no sólo deberá sortear dificultades que hacen a la adolescencia de sus padres, sino que tendrá que sobreponerse al no deseo de su existencia, y valerse de los escasos recursos de su entorno para seguir viviendo.

 

En este contexto, muchos de estos niños, como por ejemplo de los que atendemos en la villa 1,11,14 del Bajo Flores, son testigos de episodios de maltrato, del consumo de drogas y alcohol de sus padres, víctimas de abuso sexual, de violaciones, y hasta cómplice de delitos, que ellos ni siquiera llegan a comprender del todo.

 

En esta situación se hace notorio cómo los roles de parentalidad están desdibujados tanto como las dificultades que hacen a la contención y a la formación de esos niños como sujetos aptos para insertarse adecuadamente en la sociedad.

 

Esta dinámica que se desarrolla en dichas condiciones de vulnerabilidad  repercute en todo el contexto social que circunda a la vida de ese chico. De esta carencia de estabilidad deviene la “inestabilidad” que afecta al propio hogar, luego al barrio e impacta  nocivamente en la sociedad.

 

La familia, lejos de formarlo, lo deforma. La escuela, ante sus conductas desestabilizadoras, se desentiende y lo expulsa. La sociedad, como “respuesta” proclama su penalización y propone entonces al sistema carcelario como “La institución formadora”.

 

Entonces, frente a  estos altos índices de nacimientos, estos bebés no sólo se encuentran con el desalojo de lo que debería ser su hogar, sino con la incapacidad de contención de la escuela, y  la condena social. Al desamparo afectivo se le suma el desalojo institucional, la marginación y estigma social.

 

El DSM IV  (Manual diagnóstico y estadístico de los trastornos mentales) describe una serie de trastornos de la personalidad que se gestan en la infancia y/o adolescencia, propias de la convivencia en contextos patógenos. Por ejemplo complicaciones  en la vinculación con el entorno, cuestiones relativas al abuso o abandono, duelo, capacidad intelectual limítrofe, dificultad académica, comportamiento antisocial, problemas de identidad, trastornos por oposición y desafíos a figuras de autoridad, entre otros.

 

Ante contextos atípicos el niño va gestando también respuestas atípicas que son parte de un modus operandi que le permite sobrellevar su vida “como puede”, naturalizando así patrones conductuales que le permitan desarrollarse en el contexto donde nació.

 

Durante este proceso, observa la justicia según sus propios criterios, y la legítima según sus necesidades, que se ajustan más a las posibilidades de seguir subsistiendo en la calle que a las chances de insertarse adecuadamente en una sociedad (que lo margina).

 

En este contexto se entiende por qué muchas veces a sus vidas llega antes el consumo de drogas ofrecida por sus pares que el consejo o la guía de un adulto responsable. Se comprende también por qué el aumento del consumo de sustancias ilegales en los niños y adolescente se va incrementando.

 

Muchos de estos jóvenes consumen paco porque “eligen” estar drogados que asumir su realidad de abandono, de violencia familiar, de abuso sexual, de situaciones incestuosas.

 

La ingesta  suele ser para ellos una salida frente al frío, al calor, al hambre, al dolor… y “prefieren” robar para consumir más drogas (incluso cuando saben que ponen en riesgo su vida) antes que asumir su propia realidad.

 

Tanto el delito como el uso de sustancias, ambos factores que hacen a la inestabilidad social, forman parte de esa sub-cultura que los aloja en una población brindándoles una identidad que desde su cuna no la habían encontrado. Las drogas actúan como sustitutos de la contención y las formas de resolver los problemas que no recibieron de sus familias ni de las instituciones encargadas de educarlo.  

 

Durkheim, en un estudio acerca el suicidio, remarcaba el importante papel de las instituciones tanto en la contención individual como social. En estos casos en los que la falta de alojo institucional se hace evidente..  Entonces, vale la pena preguntarse si es en verdad la cárcel  la institución formadora que garantiza una adecuada inserción de sujetos sanos.

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