Ser padres es una función que se expresa mediante roles en el seno de la familia y tiene efectos en lo social. Sin embargo, los psicólogos, psiquiatras y psicoanalistas suelen reconocer en las consultas comportamientos y actitudes que identifican al padre “teórico”. Estas conductas es caracterizan porque inhiben la función que refiere al ejercicio de la autoridad. La principal causa de esta inhibición radica en el temor a caer en el autoritarismo.
Este miedo condiciona a los padres de tal manera que muchas veces dejan de ejercer la necesaria autoridad. Así, sus hijos quedan desorientados, condición para que éstos lleven vidas desordenadas que incluyen accidentes, carencias de valores e ideales, adicciones y delitos. Con las mencionadas manifestaciones, los hijos muestran que están en la búsqueda de límites que los contengan.
Tradicionalmente el rol paterno se concebía como aquél que cumplía con las actividades de engendramiento, reconocimiento, provisión y control de los hijos. Alrededor de esa función se organizaba el grupo familiar, lo que le otorgaba el carácter de orientador y organizador que, más allá de los excesos, cumplía mediante premios y castigos, permisos y prohibiciones. Era el padre quien encarnaba la ley sociocultural de la época que estaba transitando.
Actualmente esa función fue declinando y distintos factores contribuyeron en esta tendencia, como los cambios de valores e ideologías y el aspecto económico de las distintas sociedades, entre otras cuestiones. Pero no fueron todas influencias externas las que colaboraron en la “devaluación” de la función padre.
Como contrapartida, la desautorización de la función del padre como orientador, y organizador dentro de la familia lo sume en el sentimiento de impotencia y desde esta sensación se promueven reacciones que paradójicamente lo llevan a caer en el autoritarismo que intentaba evitar o bien a funcionar como padre ausente.
Las dos reacciones mencionadas tergiversan la función paterna. Como disfunción es particularmente grave cuando los hijos están transitando la pubertad y la adolescencia, etapa de la vida que se caracteriza por cambios psicofísicos, que para el sujeto son turbulentos y dolorosos, ya que está en juego la configuración de la identidad definitiva como pasaje para la vida adulta. Cuanto más orientado transita el individuo esta etapa, mayores son las posibilidades de ingresar a una adultez sana.
El sujeto humano en su desarrollo psicoevolutivo recorre un largo trayecto. Debe pasar de la dependencia de las fuentes de provisión, protección y saber, encarnadas en los padres, hacia la internalización de los interrogantes del cómo, cuándo y dónde satisfacer sus necesidades y deseos, es decir adquirir la capacidad de vivir de forma autónoma y de cumplir con la función paterna.
Es un trayecto que debería implicar un doble crecimiento, el del hijo y el del padre. “Crecer” con el hijo es adecuar la función orientadora a las distintas etapas, como la niñez y la adolescencia y saber cuándo soltarle la mano para que pueda recorrer sus propios caminos.
Ese es el modo de ganar autoridad sin caer en el autoritarismo y formar al hijo como individuo libre. También es una de las maneras de brindar cariño, comprensión y generar la corriente de amor en la relación interpersonal. Es también saber educar; ya lo sostenían los griegos de la antigüedad al decir que sólo se aprende en un clima de amor.
Ser padre es una función interdependiente con otras de la estructura familiar. En este sentido es importante no desconocer la función materna que es complementaria con la del padre.
*El licenciado Enrique M. Novelli (MN:3023) es psicoanalista y miembro titular de la Asociación Psicoanalítica Argentina (APA).