La anorexia nerviosa no es simplemente un problema típico de la adolescencia. Es una enfermedad y, como tal, debe recibir tratamiento, ya que la privación extrema de los alimentos necesarios para desempeñar las funciones vitales puede desembocar en la muerte. El enfoque de Maudsley, un método relativamente nuevo y de poca difusión en América Latina, ofrece esperanzadoras tasas de recuperación y un abordaje distinto de los métodos tradicionales.
Este modelo de tratamiento fue desarrollado en los años ochenta en el Hospital Maudsley, de Londres. Su propuesta fundamental es incorporar a la familia, principalmente a los padres, en la recuperación del adolescente con anorexia. Si en otras terapias la familia tiene sólo un papel marginal, en la terapia Maudsley se transforma en un elemento clave del tratamiento.
Alejado de un contexto hospitalario, este enfoque no busca al culpable de la anorexia ni procura encontrar soluciones a nivel individual del paciente. En cambio, apunta a preparar a los padres para que participen activamente en el proceso de recuperación, junto con el apoyo de los hermanos de la persona afectada.
En un caso de anorexia, se conjugan aspectos de índole médica y psicológica: por un lado, es necesario abordar la falta de alimentación, que provoca alteraciones en el crecimiento, desequilibrios hormonales y debilitamiento óseo, entre tantos otros efectos; por otro lado, el componente conductual, que lleva a la persona a adoptar actitudes nocivas para su propio cuerpo y a no poder ya discernir qué está bien y qué está mal.
El método Maudsley implica un abordaje intensivo; se desarrolla en quince a veinte sesiones a lo largo de un año, aproximadamente, y consta de tres fases. La primera se dirige al aspecto médico: el objetivo es lograr que el adolescente aumente de peso, hasta alcanzar al menos un valor cercano a su peso ideal. Esta etapa consiste, básicamente, en hacer un seguimiento estricto de los hábitos alimentarios y en no permitir que la persona se niegue a alimentarse, todo esto con el asesoramiento de un terapeuta que haya observado la dinámica familiar en torno a las comidas.
Una vez que se logra un aumento significativo y que el adolescente acepta las exigencias paternas de incrementar la cantidad de alimentos ingeridos, en la segunda fase, gradualmente se traspasa este control sobre la alimentación al adolescente. Aquí los padres también intervienen para ayudar a su hijo en el proceso.
Por último, cuando la persona ha alcanzado el 95% del peso ideal, pasa a la fase tres. Con la ayuda del profesional, se abordan las cuestiones que han dado lugar a la anorexia y se establecen las bases para el fortalecimiento de la identidad del adolescente, tanto con sus pares como con su familia.
El método Maudsley no es una solución mágica y universal. Resulta más eficaz en casos de anorexia que no superen los tres años. En los estudios en que se evaluó este tipo de tratamiento en adolescentes, se observó una mayor recuperación en comparación con los tradicionales, así como un menor índice de recaídas, aunque son pocos los estudios de terapias convencionales.
Mientras abordajes más típicos se basan en la psicoterapia individual y en encontrar las causas de la anorexia, el método Maudsley se enfoca principalmente en restablecer el equilibrio nutricional con la intervención de la familia y, a partir de allí, tratar los aspectos psicológicos del trastorno.
Más allá del enfoque terapéutico que se adopte, un punto crítico y previo a tal decisión es comprender que la anorexia es un trastorno alimentario que tiene serias consecuencias para la salud y que requiere tratamiento. Y el joven con la enfermedad necesita que su familia se preocupe por él, que busque ayuda y que lo contenga. Por sí solo, difícil será que encuentre la cura.