En las últimas 72 horas se contabilizaron tres femicidios. Pero detrás de cada muerte se esconde la violencia y una sociedad que no supo dar respuesta ante las denuncias que habían realizado las víctimas de manera previa.
De hecho, la violencia hacia la mujer puede manifestarse de distintas formas. El maltrato emocional es la forma más frecuente. Es de difícil diagnóstico, además de sutil, insidioso y permanente. Consiste en gritar a la mujer, avergonzarla, despreciarla, burlarla o denigrarla. Además, acarrea consignas contradictorias. Por un lado se la culpabiliza, es decir, se la hace “responsable de todos los males” y por el otro se la ignora, no se la escucha, se bloquean sus iniciativas.
El maltrato emocional lleva a un “asesinato psíquico”, ya que procura que la víctima no sea nadie. El violento utiliza métodos que producen confusión, sufrimiento prolongado, humillación y desamparo. La persona sometida a acoso o maltrato, está en vilo, al acecho de una mirada, no puede atender las necesidades de su mundo interno ya que está pendiente de complacer al otro, preocupada porque no se enoje. A veces se somete por temor a que los hijos también sean castigados o presencien las escenas de violencia.
Para combatir el maltrato, es importante luchar contra prejuicios muy arraigados. Entre ellos están “si se queda es porque le gusta”; “la violencia ocurre en las clases bajas”; “no se puede violar a una mujer contra su voluntad” y “en general andan provocando.” Tenemos que entender que la violencia produce una perturbación en el pensamiento y la persona sometida a agresiones pierde la capacidad de reflexionar sobre lo que le sucede.
Antes de que se manifieste la violencia física, se pueden ver algunos indicios de que un hombre podría ser violento contra una mujer: control, celos, posesión, vigilancia excesiva, manejarle el tiempo y la agenda, amenazarla, ocultarla de los amigos, desacreditarla o hablar de la ella como si fuera de su propiedad.
Para aportar soluciones, debemos entender a la violencia como un “mal social” del que el Estado debe hacerse cargo; no solo con la violencia de género, sino en todas las áreas en que se manifiesta. Se sugiere trabajar sobre la prevención con chicos en grupos de reflexión así como también con las mujeres víctimas, brindando amparo y protección tanto a ella como a los hijos
Es importante reflexionar que por cada mujer muerta hay cientos de víctimas de maltrato y abuso que no llegan a los medios. Para que sea posible la violencia física, previamente deben existir valores de una cultura machista que están convalidados socialmente. Hemos asistido a terribles casos de mujeres asesinadas por sus novios, maridos o ex parejas, donde quedó de manifiesto la brutalidad y la crueldad con que se ejercía la violencia con desenlace letal.
La dominación de género no es ingenua, sino es histórica y tuvo como principal objetivo que la mitad de la población mundial someta a la otra mitad para asegurarse el ejercicio del poder y apropiarse de los bienes.
El patriarcado es naturalizado y difundido por medio de la cultura, la historia, los discursos narrativos, los medios, etc., y consiste en todas aquellas conductas y actitudes que expresan desvalorización e inferiorización de las mujeres con relación a los hombres.
Tiende a hacernos creer que existe una naturaleza femenina (frágil, emotiva, sexualmente pasiva, dependiente económicamente y cuyo destino es primordialmente la maternidad) y una naturaleza masculina (activa, racional y autoritaria).
Es importante tener en cuenta que en una sociedad machista no solo los hombres son machistas, la mujer lo comparte y lo reproduce. Siente que su deber es ser obediente y servicial con los hombres de su entorno, porque es lo que la sociedad espera de ellas. Una mujer machista actúa como si el varón fuera la persona más importante en la sociedad, la familia y la relación de pareja. Anula su propia dignidad para concederle al varón un rol preponderante, dejando para ella una función secundaria.
¿Las mujeres son iguales a los hombres? No somos todos iguales, es importante reconocer y respetar las diferencias sin que eso signifique la desvalorización o dominación del otro. Diferencia no significa discriminación.
A las mujeres se les atribuye el ámbito de lo doméstico, la casa, el patio de atrás, la cocina. La emoción, la intuición y el corazón. La invisibilidad, el silencio, la abnegación y el sacrificio. Una sexualidad pasiva, la maternidad. Al hombre se le atribuye lo público, la calle, la noche, la aventura. La razón, la reflexión, la abstracción. Un desempeño sexual activo, el sentido del honor y la capacidad para asumir riesgos, la autonomía.
En la publicidad se evidencia a las mujeres reproduciendo estereotipos sociales tales como ama de casa, madre, cuyo objetivo en la vida es encontrar el mejor jabón que deje la ropa “más blanca”. Figura femenina débil, exhibición del cuerpo como objeto erótico, suegra mala, mujer que vive al servicio de “ponerse linda” o “estar actualizada” para ser atractiva para su marido. Y en el trabajo protagoniza roles subordinados a los del hombre; es la secretaria, la enfermera, la asistente… Para la mujer es el cuerpo y los adornos. Para el hombre las ideas y la acción.
En los casos en que la mujer aparece como víctima de violencia, homicidios, violaciones, el tema frecuentemente es tratado poniendo de relevancia si se trataba de una chica “normal”, o si su vida era promiscua. Se exhibe su intimidad y la de su familia con fotos sacadas de las redes sociales y a menudo se banaliza y se erotiza la violencia.
Hay diversas razones por las cuales la mujer es más vulnerable que el hombre: tiene mayor carga y responsabilidad en la crianza. Y está mucho más en riesgo cuando tiene falta de recursos económicos, no tiene donde ir, falta de redes sociales, baja autoestima, historia de violencia familiar, bajo nivel de instrucción y escasa contención de su propia familia.